DE QUE MANERA LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN EL DISEÑO URBANO CONTRIBUYE A MEJORAR LA CALIDAD DE VIDA EN LAS CIUDADES

La participación ciudadana es un elemento clave en la elaboración de estrategias exitosas para lograr un desarrollo sostenible. Es responsabilidad de los gobiernos la inclusión en los procesos de toma de decisiones relativos a cuestiones medio ambientales y de desarrollo. Es esencial ya que los habitantes pueden aportar una información muy valiosa sobre sus necesidades, objetivos y metas, así como soluciones adecuadas a ellas. Es mucho más productivo involucrar a la población de manera activa en la producción de su hábitat que tratarlos como consumidores pasivos. Uno de los desafíos se encuentra en el planteamiento urbano tradicional, ya que ha sido realizado por técnicos especializados desde una perspectiva técnica y basada en normativas, sin tener en cuenta la visión, necesidades y percepciones de la población. Se produce, entonces, una imagen final y cerrada a largo plazo, sin tener cabida posibles modificaciones y evoluciones. Esta rigidez en el planeamiento hace imposible poder absorber y dar respuesta a nuevos escenarios. La problemática se acentúa más aún si los recursos económicos son escasos, pues es en estos casos cuando los recursos hay que administrarlos de la forma más eficaz posible. El enfoque de los nuevos métodos de planeamiento, introduce la participación como elemento base para el análisis de la problemática y la búsqueda de soluciones. Parten del reconocimiento del planeamiento como una herramienta que debe servir a las personas que conviven en las ciudades, y son estas las que las edifican día a día. Desde este punto de vista, el planeamiento debe ser un proceso continuo y flexible, capaz de evolucionar y adaptarse a las futuras necesidades de los pobladores. Es por ello por lo que el tiempo juega un papel primordial en el proceso, pues debe ser posible su perduración a lo largo del mismo, moldeándose a las diferentes circunstancias que puedan producirse. En la actualidad, es muy común que el diseño arquitectónico quede en manos de los especialistas. Es una práctica habitual defender que los más capacitados para realizar esta labor son los profesionales preparados en universidades y centros de estudios especializados. Existe un camino alternativo para entender el diseño arquitectónico para la participación ciudadana en el proceso del proyecto arquitectónico ya que los modos de habitar son un proceso social en el cual, las determinaciones fundamentales, las deben tomar los propios usuarios. Consiste, por tanto, en involucrar a la sociedad en la toma de decisiones que le afectan directamente a su vida cotidiana, como es el caso de la vivienda que van a habitar. Según palabras de Pedro Lorenzo13: “es necesario entender la vivienda de una forma amplia, en su relación con el hábitat dónde se inserta, con los distintos grupos sociales que la puedan habitar, con sus formas de vida, con sus objetivos, sus necesidades y posibilidades (producción, alquiler de una parte, almacenamiento…).” El diseño participativo es un proceso democrático que tiene como objetivo ofrecer aportes iguales para todas las partes interesadas, con un enfoque particular en los usuarios, que generalmente no están involucrados directamente en el método tradicional de creación espacial. La idea se basa en el argumento de que involucrar al usuario en el proceso de diseño de espacios puede tener un impacto positivo en la recepción de esos espacios. Facilita el proceso de apropiación, ayuda a crear espacios representativos y valiosos y, por lo tanto, crea resiliencia dentro del entorno urbano y rural. Si bien estas premisas suenan inspiradoras, existe una brecha entre los ideales y la realidad de la participación. En circunstancias normales, hay un desequilibrio inmediato en los intercambios iniciales. El arquitecto y el equipo de expertos establecieron el marco de referencia y los términos de la discusión. Al aplicar su conocimiento experto para crear el sistema, asumen autoridad sobre el profano inexperto. Esta estructura de poder debe romperse para desarrollar un proceso participativo que empodere a los y las usuarias. Las muchas dificultades estructurales significan que la participación a menudo se presenta al público para obtener su apoyo, pero no siempre se fundamenta en una participación transformadora real. Se han desarrollado muchos enfoques para superar estas limitaciones, con diversos grados de éxito. La idea de participación está fuertemente ligada al término “usuario”. El libro de Adrian Forty “Words and Buildings: A Vocabulary of Modern Architecture” señala que este es uno de los últimos términos que aparecen en el discurso moderno de la arquitectura. La palabra se generalizó a fines de la década de 1950 y 1960, mientras que el crecimiento del estado de bienestar condujo a un período de favor y florecimiento para la profesión de arquitecto. La palabra estaba destinada a transmitir las personas que se esperaba que ocuparan la obra arquitectónica. Su comprensión era distinta de términos como cliente u ocupantes, ya que tenía fuertes connotaciones de los desfavorecidos y privados de sus derechos; implicaba a aquellos de quienes normalmente no se podía esperar que contribuyeran a formular las instrucciones de diseño. El análisis de las necesidades de los usuarios se presentó como una forma de descubrir nuevas soluciones arquitectónicas y avanzar desde los programas arquitectónicos convencionales. Sin embargo, el término era una abstracción, siempre una persona desconocida, inidentificable. Su mérito fue permitir la discusión sobre la habitación de las personas en un edificio mientras se suprimían todas las diferencias entre ellos. El libro observa que esta era una forma de sostener los sistemas de creencias de los arquitectos. Para muchos arquitectos empleados en proyectos del sector público, era necesario convencerse a sí mismos y al público de que el cliente real no era la administración que encargó los nuevos edificios sino quienes realmente los habitarían. Este discurso proporcionaba la apariencia de una sociedad que avanzaba hacia la igualdad social y económica, pero aún no se consideraba la participación real de los usuarios. La participación es un término genérico que disfraza, de hecho, diversos grados de participación, desde la participación simbólica hasta el control total del proceso por parte de los ciudadanos participantes. En 1969, Sherry Arnstein definió una “escalera de participación” en la que establece una jerarquía de control participativo. En el fondo pone la manipulación y la terapia, ambas prácticas no participativas destinadas a educar o curar a los participantes con el objetivo de conseguir el apoyo público. En este caso, algunos representantes del público son co-optados en el proceso como asesores. Sin embargo, quienes detentan el poder conservan el derecho de juzgar la legitimidad o factibilidad del consejo. La aceptabilidad de este sistema tiene sus raíces en las creencias políticas de la época en que se temía que una participación pública más amplia pudiera representar una amenaza para la estabilidad del sistema político, como explica Carole Pateman. En este caso, el papel de la participación es únicamente protector. Los activistas comunitarios de finales de los años sesenta y setenta propusieron un modelo alternativo para revertir la relación de poder. Se basa en el control ciudadano y sugiere convertir a los expertos en facilitadores técnicos para entregar los deseos de la comunidad sin imponerlos. Como observa Jeremy Till en su ensayo, The Negotiation of Hope, este enfoque tampoco puede verse como una solución práctica. Al renunciar al poder, los expertos también ceden su conocimiento especializado. No se puede lograr un proceso transformador en parte porque al usuario no se le da nada que le permita expandir sus deseos no articulados. Jeremy Till propone un cambio en la forma en que conceptualizamos el problema: en lugar de fijarnos en el edificio y ver al usuario como objetos, transferir la atención a su contexto. Para desarrollar este conocimiento desde dentro, el arquitecto debe proyectarse en el contexto espacial, físico y social del usuario. Requiere la capacidad de moverse entre el mundo del experto y el del usuario, con un conjunto de conocimientos y experiencias informando al otro. El arquitecto debe tomar una posición tanto de liderazgo como de representación, para convertirse en un participante activo en la vida práctica sin negar su conocimiento experto o la oportunidad de guiar. A través de esta lente, el ciudadano puede ser visto como un experto en su campo: la experiencia vivida de los espacios. El papel del arquitecto es reconocer el valor de esta perspectiva y proporcionar los canales a través de los cuales podría articularse. Al ver a los ciudadanos como expertos, el proceso de diseño puede alejarse de las versiones idealizadas de participación y la limitación de la realidad de implementarlas. Crea la base de una conversación entre expertos de diferentes campos, todos trabajando hacia un objetivo común. Las nociones de autoridad todavía están integradas en el sistema, pero sin dar tanto poder a una de las partes que represente una amenaza para la capacidad de la otra para participar y afectar el cambio. En el caso de Mujeres de Arcilla, por un lado se retrata una vivienda para dieciséis mujeres de la Sierra Mixteca en Oaxaca, y por otro, la transformación de los patrones de género en sus comunidades. Este proyecto inició en 1999, cuando un grupo de catequistas fueron recibidas en la casa parroquial de Huajapan, diseñada por Juan José Santibáñez. En palabras del arquitecto, las mujeres se enamoraron del proyecto y lo buscaron para que las ayudara a construir sus casas. Mujeres de Arcilla / Arquitectos Artesanos, Parroquia y mujeres de San Miguel Amatitlán. Image Cortesía de INBA Santibáñez diseñó un prototipo y, junto con las mujeres, un sistema de trabajo colaborativo. De los participantes, sólo una persona tenía conocimientos de construcción. Sin embargo, a lo largo de dos años, todas se involucraron en la producción de adobe y en la construcción de muros, arcos y techos. Escaleras Canteras / Taller de Arquitectura Covachita, Toctoc, Gobierno de San Pedro Garza García, Vecinos de la Colonia Canteras. Image Cortesía de INBA En otra escala y aproximación urbana se reseña la historia de una escalera en la colonia Canteras, realizada por el despacho Covachita en la zona metropolitana de Monterrey. Este proyecto inició con una invitación por parte de San Pedro García para la intervención de una colonia marginada vecina de Valle Oriente, la zona más cara del municipio. Los arquitectos hicieron talleres con los habitantes de la colonia y propusieron la construcción de una escalera que facilitara el acceso a distintas casas y andadores, y que a la vez propiciara el uso de espacios comunes. Al terminar el trienio, el proyecto quedó cancelado. Durante la siguiente administración municipal, el alcalde visitó Canteras y preguntó a sus habitantes sobre sus necesidades. Sin dudarlo, le presentaron los planos del proyecto para la construcción de la escalera. El proyecto terminó por realizarse, y hoy funciona como espacio común para los habitantes, quienes se reúnen en sus terrazas organizando fiestas infantiles y carnes asadas. La escalera es un espacio que permite conectar a una ciudad segregada reformulando una noción de lo público.

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